Haydn‐Mozart — 2

Sobre el espectáculo

Al igual que en el concierto de octubre del ciclo, en el que se presentaron obras de Haydn y Mozart, en esta actuación se interpretarán una de las sinfonías de Haydn y un concierto para viento de Mozart, junto con una de sus tres últimas sinfonías. Al frente de la Orquesta del Festival de Budapest estará Manfred Honeck, austriaco compatriota de los maestros vieneses, que no sólo es director honorario de la Orquesta Sinfónica de Bamberg, sino que, desde hace más de una década y media, es también director musical de la Orquesta Sinfónica de Pittsburgh. Michael Rusinek, primer clarinetista del conjunto estadounidense, se unirá a la BFO para interpretar el solo del concierto para clarinete, la última obra terminada de Mozart. Antes, la voz de Haydn al liberarse de las ataduras de la Corte de Esterházy será presentada en una de las Sinfonías de Londres. El concierto concluirá con la Sinfonía nº 39 de Mozart, la pieza que acompaña a la "Júpiter" y a la "Gran" sinfonía en sol menor, esta última también en el programa de la BFO esta temporada.

Por mucho que Johann Peter Salomon intentara seducir a Haydn para que se reuniera con él en Inglaterra, el compositor de fama mundial sólo pudo aceptar la invitación del organizador de conciertos londinense tras la muerte de Nikolaus Esterházy, amante de la pompa, en 1790. La invitación dio lugar a una serie de aclamados conciertos y doce sinfonías, que no estaban destinados a asombrar a un público de aristócratas formados, sino al público en general. En el concierto de apertura de su primer viaje a Inglaterra se estrenó la Sinfonía n.º 93 de Haydn. El primer movimiento, compuesto por una introducción feroz y lenta y una parte principal en forma de vals, pone de relieve el papel del fagot, instrumento que también aparece en el movimiento lento pastoral y en el minueto casi violento, que puede considerarse un antecedente de la música de Beethoven. En el final, en el que intervienen la trompeta y los timbales, se asigna al violonchelo solista una tarea inesperada y humorística.

Nunca se estará lo suficientemente agradecido a Anton Stadler por haber servido de inspiración a Mozart, que compuso para él su trío "Kegelstatt", junto con su quinteto para clarinete y su concierto para clarinete. El compositor concibió este último originalmente como una pieza para corno di bassetto, pero cambió de idea y lo escribió en su lugar para el clarinete, un instrumento con un registro profundo especial, del que Stadler era un virtuoso. Terminada la obra apenas dos meses antes de su muerte, Mozart nunca la oyó interpretar. La pieza, caracterizada por un virtuosismo tranquilo y reservado, no incluye oboes, e incluso el contrabajo se utiliza escasamente como apoyo al bajo. El tono suave se refina aún más debido a que la pieza de tres movimientos no tiene ningún movimiento rápido típico. Sin embargo, posee ricos colores, un canto apacible y un final suave y exuberante.

Los oboes no tienen por qué volver tras el intermedio: su Sinfonía nº 39 es la única de Mozart que no los utiliza. Compuesta en sólo dos meses en 1788, la primera de sus tres grandes sinfonías está protagonizada por el clarinete. ¿Tenía también en mente a Stadler para esta pieza? ¿Y la interpretaron juntos? Hay muchas preguntas y pocas respuestas, aunque lo cierto es que la pieza en mi bemol mayor marcó el comienzo de una nueva era para Mozart. Combinando los estudios barrocos con su propio espíritu lúdico, el compositor lanzó el movimiento de apertura con una elaborada introducción lenta dramática, inesperada en él más tarde, el movimiento añade contrastes adicionales. Le sigue un movimiento lento lírico, casi como un himno, y a continuación un minueto ligero y aéreo con una parte central rústica, en la que el clarinete es el protagonista. Mozart, que no era otro